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Lozoya

Por: Jaime Darío Oseguera Méndez

Las cosas hay que decirlas cuantas veces sea necesario. No es de ociosos repetir lo dicho en el pasado. Antes bien, representa un ejercicio de consistencia entre pensar y  actuar.

Recordar los hechos que lastiman la vida política, restablecer la memoria, es una necesidad de sobrevivencia y congruencia.

La resolución para dejar en libertad a Emilio Lozoya es un agravio para todos los mexicanos de bien. Aún disfrazada de arresto domiciliario, se trata de un exceso atribuible al Poder Judicial pero que hace alarde de la miseria y las fallas en todo el sistema judicial mexicano.

Ya lo dije antes. Repito: es agraviante y oprobioso el nivel de corrupción que se exhibió al detener a Lozoya. Fue parte de la trama en la que desde el gobierno se hicieron negocios para desfalcar al país. El fraude institucionalizado: empresarios, empresas, gobiernos, partidos.

La empresa brasileña Odebrecht se dedicó a sobornar gobiernos a cambio de la asignación de grandes obras y proyectos de infraestructura. En muchos casos, como el que se señala en México, dieron dinero para las campañas ganadoras y a cambio recibieron favores especiales de obra pública. Lozoya recibió y pagó.

Por cierto, hay un par de obras en Michoacán de esas que revelan la corrupción de Odebrecht de las que nunca, jamás, nadie habla.

Lo de Agronitrogenados es otra cochinada. Pemex compra una empresa en quiebra a un valor infinitamente superior, causando un desfalco al erario. Es el gran tema de las licitaciones y concursos de dineros públicos que huele a cloaca. Muy peinadito se embolsó miles de millones de pesos por esta operación. Tal vez ahora dijo a quien se los dio y por eso lo tratan como súper héroe.

Lozoya representa una generación de individuos beneficiarios del sistema que accedieron a los altos niveles de la política y el gobierno a través de las élites del PRI. Aunque nunca hicieron tareas de militancia, siempre se beneficiaron del mismo. Es la generación de juniors, que charolearon con sus altos estudios para desplazar a la militancia tradicional cuando el PRI regreso al gobierno después de la alternancia del 2000.

Fue la generación que se encumbró en el partido de la mano Peña Nieto, en la expectativa del cambio, de la nueva sangre, joven, preparada para darle un nuevo impulso al país. La mayoría resultaron un fraude y Lozoya es el símbolo más acabado de ese timo.

Estafadores a partir de la simulación. Frívolos en la política, candorosos y superficiales; en el fondo unos verdaderos imbéciles pero multimillonarios. Por eso se generó una luz de esperanza cuando los detuvieron. Por fin había que exhibir como la farsa, la hipocresía y la deslealtad habían dañado de fondo la credibilidad del PRI, lo que a ellos en las mansiones, jets y yates de lujo jamás pareció importantes.

No hubo un proyecto de país, sino un afán megalómano de poder y sus mieles. Es difícil saber qué tanta fuerza tendría López Obrador sin ellos, los Lozoya, los perturbados por el dinero y que abusaron persistente e impunemente de las arcas públicas. Lo que sí es cierto es que su presencia le da sentido al discurso obradorista, lo justifica y lo hace existir.

Estas decisiones afectan al sistema judicial en su conjunto. Le restan credibilidad.

Es incorrecto discutir las resoluciones judiciales sin conocerlas. Se sabe que lo liberaron porque “no se corre el riesgo de que huya del país”. Este tipo de estulticias y argumentos estúpidos, son los que permiten que los verdaderos criminales anden libres y las cárceles estén llenas de pobres. Tel vez criminales sí, pero jodidos.

El que tiene dinero, como Lozoya, que defraudó al erario por miles de millones de pesos, claro que tiene condiciones para moverse, cabildear y poner en suerte lo que es más valioso para el gobierno: información para seguir exhibiendo las redes de corrupción inmensas que se generan al amparo del poder.

Este programa de testigos protegidos que se acogen al “criterio de oportunidad”, puede permitir a toda la cadena de las instituciones judiciales mejorar su acceso a la información, acusar o indiciar a más personas, pero no mejora la percepción ciudadana sobre la justicia.

Este tipo de sistemas copiados de otros países, que no coinciden con nuestra tradición y cultura jurídica, se basan fundamentalmente en resolver el problema: es decir en tener la menor cantidad de casos en la cañería de los problemas judiciales, pero no les interesa el hecho. No necesariamente están diseñados para conocer la verdad

La reacción de la Fiscalía es inverosímil por absurda: acusan beneficios de jueces y magistrados a favor de Lozoya, pero lo que trasciende en el ámbito político es la amistad de años entre el Fiscal General de la República Gertz Manero y el padre de Lozoya, cercano colaborador al entonces Presidente Salinas. Todos ellos hasta hace poco identificados como la mafia en el poder.

De esa amistad se deducen, al menos eso dicen los que siempre dudan y casi siempre aciertan, que las pifias de la FGR en este y otros asuntos no se originan por ineptos como lo quieren hacer aparecer, sino por corruptos. Dejan sueltas algunas piezas del proceso, para que los jueces tengan elementos suficientes para actuar “conforme a derecho”.

Ahí esta Lozoya en casita, comiendo pato laqueado y rodeado de las millonadas con las que defraudó al país.

El PRI callado. Meditabundo, cabizbajo, buscando salvarse quien pueda en medio del reparto del botín. La sola mención de Lozoya y su aspecto cínico de corrupto educado, exhibe las miserias de los sexenios anteriores que al amparo del partido se enriquecieron indebidamente en los excesos faraónicos pocas veces vistos, pero la Dirigencia Nacional no se desliga.

Antes bien parece ser parte del entuerto donde el pobrecito Lozoya, indefenso, tiene que lograr el beneficio de irse a casa antes que se le peguen las pulgas del sistema penitenciario y le den sus latigazos por farsante y pillo.  Mejor sería que hablara de una vez por todas, desde la cárcel, donde merece estar.

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