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Debates descafeinados

De acuerdo a los datos emitidos por el Sistema de Información Estadística Electoral, de un universo de poco más de 3 millones 223 mil michoacanos que nos encontramos registrados en el Padrón Electoral de 2018; resulta decepcionante saber que para la realización del debate organizado por el Instituto electoral de Michoacán (IEM), éste órgano sólo recibió alrededor de 500 preguntas enviadas por la ciudadanía (para que éstas fueran realizadas a los candidatos); con lo cual queda en evidencia la arraigada apatía por parte de la ciudadanía ante este tipo de ejercicios llamados democráticos.

Lo cierto es que las expectativas entre quienes seguimos el debate se mantuvieron, pues como ya se ha visto en ocasiones anteriores, en dicho encuentro no hubo mayores sorpresas, los aspirantes a encabezar el Solio de Ocampo ofrecieron pocas propuestas, muy pocas cifras y una ausencia total de argumentos al abordar los cuatro ejes planteados para la discusión. Con ello, vemos que la esencia del debate vista como esa técnica de comunicación que consiste en la confrontación de ideas, opiniones y propuestas, aún está muy lejos de concretarse; los candidatos evidenciaron su incapacidad a dar respuestas frontales, claras y concretas a los cuestionamientos planteados; por el contrario, le apostaron a la lectura a sus plantillas y no a no salirse de sus argumentos previamente elaborados.

Vimos desde candidatos que si bien ya han ostentado cargos de elección popular, aun así les fue inevitable ocultar el nerviosismo que su voz reflejaba, usando la palabra “desmadre” como un fallido recurso para dirigir los reflectores a su persona y conectar con el lenguaje coloquial de muchos ciudadanos; o bien, otros que le han venido apostando a los inequívocos elementos que integran la rancia fórmula en  tiempos de campaña: 1) la del candidato de origen humilde; y, 2) la del desgastado cliché familiar, donde un político tasa su honorabilidad y respeto, a partir de la imagen de padre de familia amoroso que logre colocar en la mente de los electores que busquen identificarse con él.

Hoy en día, la utopía electoral instituye a los debates como la mejor herramienta democrática debido a que su desarrollo promete una interesante lluvia de ideas y propuestas y adicionado a la extensa cobertura de los medios de comunicación; busca fomentar en la ciudadanía el interés por el acontecer político. No obstante, lo que el formato “descafeinado” bajo el cual se han venido desarrollando los debates, lo único que han conseguido a través del tiempo, tiene más que ver con el juicio que los medios fomentan en la ciudadanía, sobre “…para usted, ¿Quién consideraría que fue el candidato ganador del debate?”, respuesta que sólo se verá alimentada más por las pasiones partidistas personales, que por las propuestas y sólidos argumentos que pudieran haber ofertado los candidatos participantes.

En ese sentido, se comprende que este tipo de ejercicios lejos de incentivar la participación de la ciudadanía en las urnas de una forma critica a las plataformas políticas presentadas, más bien terminen por fomentar la apatía entre los electores, con las eternas referencias: “¿Debates, para qué?”, “Dicen siempre lo mismo o sea nada”; “La pasaron señalándose unos a otros”.

En conclusión, los debates –como tal-  no son un mal ejercicio, por el contrario, es un ejercicio complementario creado con la finalidad de poner a disposición de los ciudadanos la información necesaria para ejercer sus derechos políticos; y la esencia de su origen, así como la organización por parte del propio órgano electoral, fue basado en establecer principios de igualdad para los participantes, bajo un formato que buscaba la imparcialidad y la independencia; y con ello, evitar la posible manipulación del contenido en favor de uno u otro candidato; sin embargo, estos formatos bajo los cuales se han venido desarrollando, es claro que no están logrando su cometido y que es indispensable que se actualicen las modalidades para su desarrollo.

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