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El desquicio político: ¿el fin de la globalización?

Alejandro Carrillo Lázaro

Donald Trump ha tomado posesión del cargo de presidente de los Estados Unidos de América y ha establecido, a través de las primeras 11 órdenes ejecutivas firmadas en el despacho oval de la Casa Blanca, una serie de definiciones políticas, sociales y económicas que son congruentes con el discurso que se utilizó para impulsar su campaña. En resumidas cuentas, Trump ha definido el tipo de política que desea utilizar para darle una etiqueta a su gobierno, con mensajes muy claros a su población y sobre todo al exterior; esa política es agresiva y se basa en el miedo.

El presidente Trump deja claro que la imagen que pretende dar como líder político es la de alguien “que no se anda con cuentos”. Apenas el día de ayer decidió cerrar por segunda ocasión la página en español de la Casa Blanca, acto que ya había realizado en su primera gestión al frente del poder ejecutivo de aquel país. Por otro lado, otro de los simbolismos que acompañan a Trump ha sido el de presentarse como orador en el foro económico de Davos, Suiza, para decirles a los empresarios del mundo “vengan a producir o pagarán aranceles”. De esta manera, el presidente estadounidense configura su perfil político: radical, capitalista (porque no me atrevo a poner el concepto de liberal) y sobre todo alguien que quiere poner en el centro del mundo a los Estados Unidos de América, pretendiendo redefinir al globalismo del desarrollo y la cooperación en la americanización del mundo. Parece algo que solo podría suceder en el imaginario, pero ya forman parte de su gabinete y asesores cercanos los hombres que en el sector del mercado y la tecnología tienen presencia en todo el mundo.

Donald Trump sabe que hay una relación muy estrecha entre el control político y el establecimiento de una agenda mediática continua, es decir, lograr que los medios de información lo mantengan en la primera plana, y para eso más vale ser desquiciante, intolerable en el discurso y amado al mismo tiempo por él, y las posiciones políticas ideológicas son únicas en esa característica.

El desquicio político que puede generar un gobernante de un país poderoso tradicionalmente y que además carga con distintos valores que lo catapultan como el centro de la ideología de Occidente puede, sin lugar a dudas, reconfigurar el mapa del mundo. ¿Qué tan absurdo suena el concepto de centrar al mundo en los Estados Unidos de América? Hace algunos días, dejó de sonar como imposible, pues el señor Trump se atrevió a asegurar que Canadá podría formar parte de una más de las estrellas que conforman la bandera estadounidense.

Estados Unidos quiere volver a ser el legislador del mundo; está claro que en este momento tienen al presidente que solo aceptará como respuesta de los demás países un “sí” rotundo. Y su habilidad como negociador no está en la pauta de la cooperación y, por lo tanto, del acuerdo, sino en la línea del miedo, del arrinconamiento.

Lo peor para el mundo, y que en este momento ha desquiciado a propios y extraños, es que este presidente sabe mejor que nadie que la especulación es una aliada en la política del miedo. ¿Qué de lo que dice es capaz de hacer y qué no? Es una respuesta que desconocemos y eso provoca dudas e inestabilidad. La política del miedo amedrenta a países y recursos económicos, altera la confianza en el orden existente, polariza a las sociedades y daña el concepto del “desarrollo”, para transformarlo en sobrevivencia.

Eppur si muove

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