Jaime Darío Oseguera Méndez
La inmensidad del nuevo mundo seguramente debió impresionar a los europeos que llegaron buscando fama y fortuna al desconocido continente. No es para menos.
Primero lo exploraron quienes en nombre de las monarquías reclamaban para sí la posesión del nuevo mundo. Era la forma más específica del imperialismo en ese momento.
Militares, aventureros y mercenarios, algunos eran las tres cosas, se abalanzaron a descubrir y conquistar los desafiantes e incógnitos destinos transoceánicos. Pasaron generaciones para que pudieran dimensionar la bastedad de nuestra geografía.
Lo que después se llamó América, despertó todas las emociones posibles. El hecho original es que los navegantes encabezados por el obstinado y tesonero Cristobal Colón y su febril imaginación, creyeron llegar a Asia. Se encontraron con tierra de por medio. Pero no desfallecieron, le dieron la vuelta al continente hasta el Estrecho que hoy lleva el nombre de Magallanes su descubridor y el Cabo de Hornos. Un inmenso recorrido para dar la vuelta a las grandes tierras americanas.
Seguramente desde que se dimensionó bien la grandeza el territorio, se impuso también uno de los desafíos más importantes para la ingeniería y la navegación que fue trazar una ruta intermedia para atravesar en continente; romperlo para transfundir en él las aguas de los dos gigantes marinos: el Pacífico y el Atlántico.
Todos los imperios que han dominado los mares lo intentaron. Francia, España e Inglaterra por principio. Hubo intentos en el Itsmo de Tehuantepec, lo mismo que en Costa Rica y la búsqueda de otras alternativas en las tierras serranas y duras de Centroamérica.
La historia registra que fueron los Estados Unidos quienes impulsaron de manera definitiva la versión del Canal en Panamá. No sin antes provocar la independencia panameña de Colombia, conflicto que aún duele en la memoria histórica de los colombianos principalmente.
Al inicio del Siglo XX en plena muestra de las capacidades imperialistas de Estados Unidos, se le concedieron los derechos sobre el Canal de manera vitalicia, en un exceso de la política Neocolonialista en el mundo, particularmente en América Latina.
Las presiones de cambio y la evolución política de América Latina, llevó a los Presidentes Carter y Torrijos a firmar un acuerdo de entrega del Canal al pueblo panameño para el año 2000. Asi se hizo y desde entonces lo administra Panamá.
Es una de las obras de ingeniería más astutas y desafiantes de la historia de la humanidad. En ochenta y dos kilómetros atraviesa el país entre la ciudad de Panamá capital en el Pacífico y ciudad Colón en la parte caribeña del Atlántico.
El Canal transformó la política, la economía y el comercio mundial. Apenas llega uno a la ciudad de Panamá y es perfectamente posible saber la influencia que ha tenido para el movimiento de mercancías en todo el mundo.
Por eso lo quiere Donald Trump. Es un punto central en la geopolítica y en la logística económica modernas. Desde su construcción se convirtió en una de las joyas a conquistar. En sus excesos de verborrea, Trump ha dicho que va a recuperar el Canal de Panamá, si es necesario haciendo uso de la fuerza.
En algo tiene razón el imbécil de Trump: el Canal se encuentra controlado en su gran mayoría por intereses Chinos, como muchas de las cosas relevantes en el mundo. China ha aumentado su presencia entre las empresas que cruzan el canal y las que desarrollan tecnología en la región, incluyendo Costa Rica y Centroamérica en general.
Los intereses chinos se han expandido lentamente en el mundo a través del comercio y la tecnología, aunque ciertamente la gran mayoría de los barcos que pasan por el Canal tienen origen o destino en puertos de Estados Unidos.
Es una maravilla de la tecnología. Si cada uno de los océanos se encuentra a una altura diferente, el canal usa un sistema de exclusas, recámaras que se inundan de agua, para subir y bajar las embarcaciones en cada uno de sus extremos, haciendo navegar los barcos a lo largo de las tierras del Gatún, intencionalmente inundadas para dar paso justamente a la navegación.
No hay forma de dejar de maravillarse por el Canal. Apenas llega uno al país y es posible apreciar la transformación que esta obra le dio al mundo. Es un emblema de poder tanto económico como político.
Las cifras son impresionantes: en 2024 a través del Canal transitaron 423 millones de toneladas de cara de diversas mercancía y se estima que este año pasarán los 520 millones. Tres cuartas partes de lo que se transporta por el Canal llega o sale de los Estados Unidos. Por esa zona pasa el 6 por ciento del comercio mundial.
Por eso Trump y sus amigos de la oligarquía quieren tener el control del Canal, no sólo para ganar más dinero sino para impedir que otros países, particularmente China sigan expandiendo su presencia en la zona por la que se comercia gas, petróleo y sus derivados, minerales, granos y productos manufacturados hacia todo el mundo.
El comercio internacional no se entiende en la actualidad sin la zona del Canal donde se establecieron las principales empresas del mundo en logística, tecnología, turismo, petroleras, etc.
Al gobierno de Panamá el canal le representa casi una cuarta parte de sus ingresos anuales totales. Es un elemento fundamental para su desarrollo y ha causado preocupación la afirmación de Trump de que Carter se equivocó y que fue un desatino regresarlo al pueblo panameño.
A estas alturas se considera un absurdo total la posibilidad de que Trump use la fuerza para adueñarse del Canal. Sin embargo, la pura mención es un desafío a la política internacional de respeto a la soberanía de los pueblos, al principio de autodeterminación y la validez de los tratados internacionales que le dan vida al orden económico internacional.
Una nueva forma de imperialismo recorre el mundo: más ignorante, proteccionista, xenófoba, dictatorial, y lamentablemente legitimada por las urnas de su propio país.