Noticias Analizadas

Sufriendo a Trump

Jaime Darío Oseguera Méndez

Donald Trump es una amenaza para todos; hasta para sí mismo. No ha tomado posesión y ya marca la agenda con su estilo desparpajado, histriónico, irreverente, grosero y, en general francamente grotesco.

Un payaso con dinero que se convierte en la alternativa de un país en decadencia tratando de encontrar en él, la salida a la crisis social que enfrenta y que es visible en las grandes ciudades de ese país.

El argumento central de Erich Fromm en su obra “El miedo a la libertad” es que las clases oprimidas por los privilegios de la aristocracia, la monarquía, las dictaduras y el absolutismo en cualquiera de sus modalidades, fueron quienes encabezaron las luchas por la emancipación de las sociedades modernas, buscando ganar nuevas libertades.

Esas nuevas libertades se conquistaron “en nombre de todos”. Sin embargo con el transcurso de los años, dice Fromm, ha sido evidente que “millones de personas han estado tan ansiosas de entregar su libertad como sus padres lo estuvieron de combatir por ella; que en lugar de desear la libertad, buscaban caminos para rehuirla; que otros millones de individuos permanecían indiferentes y no creían que valía la pena luchar o morir en su defensa.”

La teoría más distribuida del liberalismo político nos hizo creer que la racionalidad del hombre se impondría para lograr sociedades modernas con altos niveles de bienestar, convivencia y felicidad que, a fin de cuentas es lo que busca el individuo.

Pero no ha sido así. Las sociedades modernas siguen eligiendo gobiernos autoritarios, dictadores, ignorantes, payasos, para que manejen esa libertad que no les costó adquirir.

En la mayoría de los países avanzan formas de conducta delictiva que se esparcen de manera escandalosa y amenazan las libertades y bienestar de los ciudadanos. Éstos al verlas amenazadas, aceptan ser gobernados por tiranillos. Ese es uno de los ángulos para entender el nuevo ascenso de Trump.

La búsqueda del tirano, su aceptación popular y la eventual elección a través de las urnas es la consecuencia de los malos resultados de gobierno en general. Algunos autores se han arriesgado a decir que es la manera como mueren las democracias: al elegir demagogos por el principio democrático que se vuelven dictadores en el ejercicio del poder.

Le atribuyen a Michelle Obama la frase siguiente: “el poder no cambia a las personas; antes bien, el poder muestra la verdadera naturaleza de la gente.”

En el caso de Trump, nadie puede llamarse a sorprendido. Su oferta política ha sido clara y consistente. Hoy se encuentra aderezada con más experiencia, un equipo más radical de derecha y la libertad de hacer y decir estupideces por el hecho de que ganó la elección. Son los costos de la democracia.

En uno de sus últimos dislates, ha dicho por ejemplo que Canadá y México deberían convertirse en Estados de la Unión Americana argumentando que se reducirían los impuestos, aumentaría el tamaño de las economías y estaríamos protegidos militarmente.

Es risiblemente dramático. No es posible que Trump vaya a anexar a Canadá por la fuerza, cosa que haría con mucho gusto si pudiera. El problema es la incontinencia verbal, el dislate. Lo que nos enseña es que Trump no tiene filtros,  no hay quien lo limite a decir tonterías.

Cada que Trump requiera cierto nivel de popularidad, recurrirá a sandeces. Ha dicho por ejemplo que va a cambiar el nombre del Golfo de México por Golfo de América “que es más apropiado y se oye más bonito”. Más allá de la locuacidad y la jocosidad que representa esta frase, el peligro reside en la megalomanía. Esta convicción profunda de que puede hacer lo que quiera.

El gobierno mexicano ha sido prudente y es lo correcto. Hoy lo relevante será lanzar varias iniciativas.

Primero México deberá hacer un cabildeo intenso para afianzarse en la amistad con segmentos importantes del Congreso de los Estados Unidos que no apoyará las fantasías de Trump y su mundo de juguete.

El efecto de las futuras políticas del gobierno de Estados Unidos en México pasa por consolidar una relación importante con los sectores influyentes allá, para que se aseguren de meter presión y al menos frenen sus apetitos y excesos.

En materia migratoria por ejemplo, muchas de las decisiones que quisiera tomar Trump estarán sujetas a la aprobación de su Congreso, como la ampliación del muro, la deportación masiva de migrantes o el endurecimiento de las penas para su contratación en Estados Unidos.

Obviamente habrá muchos empleadores e inversionistas enfadados porque la salida de la mano de obra barata que son los migrantes, encarecerá el mercado de trabajo al menos en estados y sectores de la producción como el agrícola y la construcción, emblemáticamente empleadores de mexicanos.

El cabildeo de nuestro gobierno allá en el Congreso de Estados Unidos deberá incluir la estrategia de las empresas estadunidenses que tienen intereses en México y que se benefician de las reglas del Tratado de Libre Comercio para exportar productos necesarios para las cadenas de producción y abastecimiento del otro lado de la frontera.

Aumentar los aranceles a productos de exportación, sean completamente mexicanos o tengan componentes chinos por ejemplo, podría afectar intereses de empresas globales con intereses y capital estadunidense. Con ellos es la alianza.

Sí, hay que responder en el discurso, pero hay que hacer aliados entre quienes lo pueden frenar.

En política internacional también ha sacado sus perlas el Trump. Apropiarse de Groenlandia o recuperar el canal de Panamá, son planteamientos que nos obligan a una política exterior mucho más activa de relaciones multilaterales con bloques de países distintos: América Latina, Asia, Europa.

Hoy no es cierto que la mejor política exterior sea la política interior. Somos vecinos de Estados Unidos y principales socios comerciales pero hemos olvidado nuestra relación con otras partes del mundo.

Pensar diferentes para tener otros resultados. Tal vez sea una buena estrategia para combatir al payaso.

Compartir

vistas: 129

Síguenos