Alejandro Carrillo Lázaro
El título de este texto hace referencia a un ensayo que estoy escribiendo y que me permito sintetizar un poco para hablar de lo que lleva algún rato ocurriendo en la vida pública de nuestro país, esa misma que desde el 2018 se promovió bajo uno de los conceptos más utilizados en las democracias occidentales en los últimos años, el de transformación.
Hoy en día, los significados de las palabras que tuvieron mayor prestigio en el argot político derivado de las hazañas que estas guardaban en la historia del mundo occidental, empiezan a tomar distancia de aquella acepción virtuosa para definirse en el carisma del que las dice.
Cuando uno lee la silla del águila de Carlos Fuentes, ahí se enuncia la frase de “las palabras talismán” en la carta que envía María del Rosario Galván al joven político Nicolás Valdivia, enumera algunas y destaca evidentemente la de la Democracia, “lo peligroso es que crees en ellas, lo malo que las dices con convicción” reza el texto citado. Pero así es, las palabras se cargan de significados que es mejor saber cómo usarlos y no dejar caer tal peso al precipicio donde la ignorancia casi siempre colectiva termina por dotarles de valores distintos. Sin embargo, cuando es el poder el que usa las palabras y las desnuda a conveniencia frente al mismo pueblo que ignora el valor real del concepto, entonces se pierden procesos y destinos, esos que acompañan a las palabras sublimes, pues hablar de Democracia cuando abordamos una política de un país entraña un diagnóstico, un presente y un futuro.
El régimen, al hacer uso del concepto para definir situaciones específicas, como «democratizar el poder judicial», laceran el significado y, peor aún, lo bañan de atribuciones utópicas y por lo tanto, dañinas, así como sucedió con «lo político». Pues habremos de decir que la democracia no tiene como razón de existencia la elección directa de un ciudadano para elegir representantes, tampoco genera candados anticorrupción y mucho menos establece —y lo hemos visto— una verdadera línea representativa entre la sociedad que elige y su representante. Esto último puede ser bastante evidente con respecto a la senadora de Michoacán Araceli Saucedo, quien promovió un voto en contra de Morena como columna vertebral de su campaña y terminó moviendo su interés al color guinda.
La transformación no puede ser tampoco un elogio de asignación personal: no es transformador aquel que se promueve como tal, sino aquel individuo que al paso del tiempo puede visualizar un cambio radical de aquello que se propuso transformar. Además, tomemos muy en cuenta que el concepto solo aborda esa modificación profunda de un estado para pasar otro, pero no necesariamente habla de que deba venir con ello un progreso oportuno; por lo tanto, también la transformación puede ser hacia el polo negativo.
El progreso es otro concepto que ha perdido significado, pues solo es tal si se permite la permanencia de un régimen político, es decir, solo sería progreso si ganaba Claudia y un retroceso si ganaba Xóchitl, según el postulado de Morena.
El día de ayer por la madrugada, la cámara de diputados decidió borrar a los órganos autónomos de la estructura de gobierno que limitaba el poder político del ejecutivo; eso es un «progreso» de ellos, de los que así lo votan, por conveniencia o por convivencia con el poder y en su mayoría por ignorancia del posible daño que generaran a la colectividad.
Ahora para dar a entender muy bien la perdida de los significados, solo hagamos un análisis muy concreto de la siguiente frase: «no confundamos progreso con movimiento».
Eppur si muove.