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Impostoras

Nos sentimos tan impostoras que incluso cuando nos atrevemos a hacer aquello para lo que nos sabemos capaces, nos cuestionamos porqué lo hacemos o simplemente no lo hacemos, por miedo o por falta de seguridad terminamos siendo nuestras principales saboteadoras.

¿Cuántas veces te has quedado con el deseo de opinar en el salón de clase, en la reunión de la empresa o incluso en los debates familiares? Y no lo has hecho.

¿Has cedido tu lugar, a tu compañero de equipo en clase o en el trabajo para exponer o realizar una tarea? Aun sabiendo que podías hacerlo mejor.

En alguna cita has preferido no verte tan “lista” para no espantarlo, te ríes o asientas aun cuando no estás de acuerdo frente al profesor, el jefe o la pareja.

¿Has dejado de pedir o de exigir algo por miedo, por no sentirte merecedora? Un empleo, un aumento salarial, un ascenso o incluso has postergado terminar una relación sentimental por no sentirte sola, por no saber que harás de tu vida sin él.

Este tipo de comportamiento puede tener un sinnúmero de explicaciones, pero en los últimos años ha habido un particular interés por definirlo e intentar ayudar a las personas a controlar o moderar estos temores o inseguridades, que en principio si bien nos remiten a la historia de vida de cada uno lo mismo en hombres que en mujeres, esta conducta también conocida como síndrome del impostor, tiende a ser más recurrente en mujeres.

En un contexto como el nuestro, la sociedad patriarcal juega un rol determinante en este sentimiento de impostora, pues aunado a los roles y estereotipos de género, casi siempre coincidentes con una actitud reservada, sumisa, noble y abnegada, cuál Sarita García, a las mujeres casi desde el nacimiento se nos alecciona para no tener el papel protagónico, incluso en nuestras propias vidas.

Existimos en razón del otro antes que para nosotras mismas, sin importar la edad o el momento de vida en el que nos encontremos, somos primero para el otro, el padre, los hermanos, el esposo y luego el cuidado de los hijos y los adultos mayores. En México por ejemplo, el 74% del tiempo libre de las mujeres lo dedican a labores domésticas y de cuidados, frente al 24% del tiempo de los hombres que realizan estas tareas del hogar, de limpiar, cocinar o cuidar a otros.

En la pérdida del empleo como parte de los efectos económicos de la pandemia de Covid-19, las mujeres cuyos empleos son generalmente los de menor ingreso, pues de cada 100 pesos que gana un hombre nosotras ganamos 86 pesos, no sólo fueron los más afectados, sino también los de menor recuperación, ya sea porque no han podido encontrar nuevos empleos o por las propias dinámicas y necesidades al interior de los hogares, como el tardío regreso a las aulas de niños y jóvenes, lo que ha dificultado su regreso al mercado laboral.

Tan solo en materia económica la participación de las mujeres en México es de 43%, frente al 75% de los hombres, esto según la Encuesta Nacional de Empleo y Ocupación ENOE. De acuerdo con el Instituto Mexicano de Competitividad IMCO, apenas del 10% de los Consejos de administración de las empresas mexicanas cuentan con representantes mujeres, mientras que solo el 3% de las direcciones generales son ocupadas por una mujer. Del mismo modo, si bien en la Administración Pública Federal se cuenta con un Gabinete paritario, sólo el 30% de los puestos de mando superior (Subsecretarías, jefaturas de unidad y dirección general) son ocupados por mujeres.

Datos que, por sí mismos, si bien no limitan las capacidades de las mujeres en nuestro país, son el punto de arranque que precondiciona su desarrollo y desenvolvimiento, personal y desde luego profesional. Se podrá argumentar que no son pocos los casos de éxito de mujeres que hoy ocupan posiciones de liderazgo o de toma de decisiones, de mujeres que han podido romper sus propios techos de cristal, pero estas lo han hecho a pesar de y no porque los derechos y las oportunidades tengan un piso parejo entre hombres y mujeres.

Esta condición de impostora es más frecuente de lo que pudiéramos imaginar o atrevernos a hablar, de ahí que poder reconocerle es sin duda el primer paso para hacerle frente, sí de manera individual, pero que como se observa con una profunda raíz socio cultural, que va más allá del valor propio o la autoestima.

Aun cuando podemos ser igual o más capaces que nuestras contrapartes varones permanentemente sentimos una necesidad de confirmar y seguirnos ganando el lugar que ya tenemos, en el no sentirnos merecedoras dejamos de disfrutar los logros, sometidas a las expectativas propias tanto como a las ajenas en un camino que no nos ha sido nada fácil, no nos permitimos fallar, porque nos asecha la preocupación de ser descubiertas.

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