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Las feministas que no éramos

A Erika Cecy, porque no olvides nunca el valor infinito de tu voz.

Soy de la generación que no nació feminista, nos hicimos con los años, en las experiencias propias y en las de nuestras congéneres, nos reconocimos en las otras, en las amigas que ya lo eran, en las que se negaban a serlo y en quienes quizá ya éramos, pero no lo sabíamos. Porque desde antes de nombrarnos feministas, ya nos sabíamos incomodas, rebeldes, ajenas, porque nos dolía y nos indignaba la injusticia, el abuso, la exclusión y la violencia.

Nos hicimos feministas desde la historia de vida de las mujeres que queremos, que amamos, nuestras abuelas, madres, hermanas y amigas, porque en sus cautiverios de mujeres madre-esposas, como diría Marcela Lagarde, sintetizamos los desequilibrios históricos que han negado el ejercicio de derechos y mejores oportunidades de vida para ellas, para nosotras.

Por ello, aunque a veces doloroso, el feminismo, los feminismos son también terapia, porque nos libera, agrupa y fortalece, nos devuelve la voz, esa que nos hace presentes en las calles, en la escuela, en los trabajos, foros académicos, marchas, ahí dónde se teoriza, se reflexiona, se canta, se baila y hace poesía, donde se gritan consignas, se llora hasta la rabia, pero también se ríe en una fiesta de pañuelos morados y verdes.

Conocimos del feminismo a través de otras mujeres que llegaron antes, de las amigas, de las mujeres sororas con las que coincidimos, de nuestras maestras, de esas a las que hemos convertido en nuestros referentes de vida, como ejemplo, como guías, a las que admiramos porque con una mano empuñan y con la otra van jalando a una que le sigue.

Nos hicimos feministas, un poco también a la fuerza por las que son madres y tienen hijas, y estas se vuelven maestras de sus propias madres, porque para nuestra fortuna ellas sí nacieron en la generación de la conciencia de género y la indignación que no sabe callar, que confronta, que reclaman más seguras, con más argumentos y menos contradicciones.

Justo en el amor por esas generaciones, de mujeres con menos años; niñas, jóvenes, nos exigimos dejarles una sociedad menos desigual, en la que hijas, hermanas, primas, sobrinas, alumnas sean más humanas, más suyas, más libres que lo que seremos nosotras.

Una se hace feminista hasta que le pierde el miedo a autonombrarse y casi al mismo tiempo se sabe en carne propia abusada, excluida o violentada, y aun así nos negamos a asumirnos como víctimas, porque hasta eso también se nos es negado, como si las desigualdades y las violencias de género fueran una condición elegida; porque se olvida que, si hay víctima, hubo antes un opresor un victimario.

No éramos feministas, nos hicimos a golpes de indiferencia y de injusticia, por las que no llegaron a serlo, por las que no conocemos, las que reclaman a su manera, con sus herramientas y habilidades, desde sus espacios en otras latitudes, pero que en conjunto retumban con mayor fuerza y hacen temblar al patriarcado, sí lo hacemos temblar, lo sabemos porque es cada vez más incómoda nuestra presencia, porque ya no cedemos, porque no callamos, porque buscamos abrirnos brecha en la ciencia, en la política, en los deportes, porque ya no toleramos relaciones abusivas, violentas, porque ayudamos a otras, porque nos hacemos de un lugar y eso no gusta al agresor, al que reprime y se sabe superior, lo mismo en la casa, en la escuela, los lugares de trabajo o desde las instituciones del Estado.

Hacernos consientes de nuestra condición de género es por sí mismo un paso al frente, pero no estamos ni cerca de sentirnos libres, seguras, pues las resistencias también se fortalecen; vienen en hondonadas, en esas muestras de violencia extrema que atentan contra la vida, resguardadas en la impunidad y en la negación disfrazada de simulación institucionalizada, de ese hacer como que hacemos o de mirar desde los lentes de la equidad.

No nacimos feministas, probablemente hubiésemos querido no serlo, pero no serlo ya no es una elección, el camino de los derechos y libertados de las mujeres es aún largo, los retos pendientes son muchos, ahora que hemos acogido nuestra carta de naturalización, no claudicaremos, en cada paso, en cada oportunidad, en cada 8 de marzo seremos más; para exigir lo que desde nuestra humanidad nos corresponde.

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