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Venezuela

Jaime Darío Oseguera Méndez

El espejo de Venezuela, es útil para América Latina. Las protestas que aumentan con gran intensidad, son el resultado de una convicción ahora más arraigada en la democracia.

Con elecciones recurrentes, partidos políticos acreditados, derechos políticos cada vez más conocidos y más ejercidos por los ciudadanos, se ha asentado definitivamente la idea democrática en nuestro continente. Sea Brasil en la disputa entre Bolsonaro y Lula o las locuras de Milei en Argentina, la idea democrática cada vez está más respetada y arraigada.

También están los ejemplos de Perú con prácticamente todos los ex presidentes encarcelados, pero con elecciones recurrentes. Son emblemáticos el propio Perú y Bolivia con golpes de estado constitucionales, a pesar de lo cual, los procesos electorales no van a terminar pronto.

Lo cierto es que el sistema electoral no resuelve los problemas de la gente. Sólo distribuye el poder. No hay que pedirle más. Las elecciones no generan bienestar; simplemente son un mecanismo para repartir y minimizar el conflicto.

En el transcurso de la segunda mitad del Siglo XX, durante muchos años, dos grandes fuerzas políticas dominaron el espectro político de Venezuela. En la izquierda estaba Acción Democrática, que se había alternado el poder con el partido derechista socialcristiano COPEI (Comité de Organización Política Electoral Independiente), de forma ordinaria y, principalmente sin violencia ni golpes de estado desde mediados de Siglo.

Se sentían los venezolanos un modelo de país, más aún con el auge petrolero que generó condiciones de ingreso impresionantes. El problema fue que no se distribuyó. Ese oro negro provocó un gran auge económico en Venezuela fue cooptado, como en la mayoría de los países de América Latina por una minoría voraz, depredadora y una clase política consecuente con este auge de la corrupción. Se mimetizó el dinero y el poder. La gran tragedia de la democracia liberal.

En los ochenta, como sucedió en México, el colapso del modelo petrolero pasó por dos grandes acontecimientos: la caída de los precios del petróleo y la imposibilidad de los gobiernos de restringirse ante el excesivo gasto que habían generado producto de la embriaguez de los ingresos.

El resultado fue similar, un aumento significativo de la pobreza a partir de las crisis económicas recurrentes que afectaron a los más desprotegidos. Si a eso le aunamos la galopante corrupción, el resultado fue un aumento significativo del descontento. Lo mismos en México que en Venezuela.

El descontento trajo la protesta y, como consecuencia, a principios de los noventa se genera un alzamiento militar de un grupo de jóvenes pretextando la pobreza y la corrupción Venezolana; Hugo Chávez era la cabeza. No triunfó pero se volvió la esperanza, el ícono de la generación cansada de crisis económica, corrupción y pobreza.

Al final Chávez se convierte en leyenda al aceptar ir a las urnas después de pasar unos meses por la cárcel. La vía electoral en lugar de la lucha armada. En su libro denominado “Cómo mueren las democracias” Levitzky y Ziblat, establecen justamente que los nuevos dictadores, los autoritarios de cepa, aprendieron que era mejor llegar al poder por la vía democrática y una vez ganando, se dedican a cambiar las reglas del juego en su favor.

Es exactamente lo que hizo el Chavismo y es el centro de la disputa política en Venezuela. Conflicto que los tiene al borde de la guerra civil.

En 1993 un viejo político también emblema de la corrupción, Rafael Caldera, con su carrera en plena decadencia y después de haber gobernado años el país, manifestó simpatías por Chávez y ganó la elección como candidato independiente, haciendo desaparecer a los partidos políticos tradicionales, infestados de corrupción, señalamientos de ineficiencia y desprestigio insuperable.

Al ganar nuevamente la elección Caldera a principios de los noventa abrió las puertas de la cárcel y retiró los cargos en contra de Chávez subestimando su capacidad mediática y la intensidad de su discurso antisistema. En 1998 Chávez asumió el poder. Cambió las reglas del juego. Arrinconó al Poder Judicial, se apoderó del Legislativo y de los órganos electorales, medios de comunicación y prácticamente todos los factores reales del poder como el ejército a quien colmó de apoyos y tareas que no le corresponden.

En su crítica política a Chávez y el chavismo, Enrique Krauze, el villano favorito del sexenio, escribió un maravilloso libro denominado “El Poder y el Delirio”, donde  sostiene que más allá de su alcance y retórica, el régimen venezolano, hoy con Maduro a la cabeza, se centra en Chávez. “Su hechizo popular es tan aterrador como su tendencia a ver el mundo como una prolongación agradecida o perversa de su propia persona. Es un venerador de héroes y un venerados de sí mismo.”

A la muerte de Chávez lo sucede Nicolás Maduro que es más chavista que Chávez. Es claro que la “revolución bolivariana” no cederá ante las urnas, no son demócratas. Hoy por lo pronto no han presentado el resultado de las mesas de votación. Al no hacerlo provocan sospecha de no haber ganado limpiamente.

Las teoría y la historia dicen que las revoluciones no se entregan en comicios. Ojalá me equivoque pero persistirá la versión de Maduro y el chavismo de que ganaron las elecciones y esperemos que no haya un baño de sangre

Las protestan callejeras incluyen el derrumbe de estatuas de Chávez en varios lugares, disturbios. La oposición no tan unida como debería, encabezada por el candidato Edmundo González y la líder María Corina Machado, reclaman su triunfo. Ambos representan con gran fuerza y profundidad las ideas democráticas que hoy cuestionan el régimen de Maduro.

Nadie pensaba que podían llegar al poder, y llegaron. Cambiaron las instituciones en las urnas ante el hartazgo por la corrupción en los partidos tradicionales. Se hicieron un traje a la medida y ahora, no hay forma de quitarlos. Al menos no por la vía pacifica de las urnas.

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