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Madres que buscan con el corazón roto

En México, hay madres que no duermen. Que no celebran el Día de las Madres. Que caminan con la esperanza pegada a los huesos, con una pala en la mano y una fotografía en la otra. Son las madres buscadoras, esas mujeres que con el alma hecha pedazos decidieron salir a buscar lo que el Estado no fue capaz de encontrar: a sus hijas e hijos desaparecidos.

Ellas no son activistas por vocación. Son amas de casa, trabajadoras, que un día recibieron una llamada o dejaron de recibirla. Y desde entonces su vida cambió para siempre. Porque cuando el crimen desaparece a un hijo, no se lo lleva solo a él: arranca un hogar, detiene el tiempo, entierra los sueños. Y lo peor es que la justicia rara vez toca su puerta.

El dolor de estas madres no solo es profundo, es persistente. Día tras día, salen a terrenos baldíos, a fosas clandestinas, a zonas de peligro. Buscan huesos, ropa, pistas. Lo hacen con amor, con rabia, porque en este país, buscar a un hijo también te puede costar la vida.

“Aunque sea un huesito”, todos escuchamos esta frase y claro que retumba en lo más profundo de quienes decidimos no voltear a otro lado. Porque habla del vacío absoluto, del dolor que no se resigna, del amor que no se cansa. Porque incluso el hallazgo más pequeño, para ellas, es un acto de justicia.

Y entonces, surge una pregunta:
¿Qué tiene que perder una madre buscadora cuando ya perdió lo más valioso, su hijo, su hija?
Para ellas, nada, solo la vida. Y aún así, están dispuestas a darla si es necesario, con tal de volver a abrazar aunque sea los restos, de dar sepultura, de tener certezas.


Ya basta de normalizar este y todos los dolores.

El país necesita ponerse de pie por estas mujeres. Que no se siga repitiendo que “las madres están mejor en su casa”. Porque si están corriendo peligro, buscando, es porque el Estado no está donde debe.

Jamás nos acostumbremos al dolor de otras. Jamás dejemos solas a quienes nunca dejaron de amar, ni siquiera en la ausencia.

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