Claudia Sheinbaum, siguiendo el manual de su predecesor, organizó un acto multitudinario en el Zócalo para autocelebrarse después de cien días de mandato, que son más una prolongación del gobierno anterior que la construcción de un legado propio. La misma presidenta lo ha dicho con claridad: ella fue electa para dar continuidad a la 4T y su agenda, dictada por AMLO y que ha estado en la mesa siempre. Ya son cada vez menos las voces ingenuas que anhelan un giro a la moderación o un distanciamiento del obradorismo.
La doctora Sheinbaum ha tenido en lo económico el arranque más difícil de un sexenio en el siglo y desde la última crisis en 1995 con Ernesto Zedillo. La incertidumbre por el arribo de Trump y sus propias reformas ha ralentizado la inversión privada, en tanto que la inversión pública se desacelera para contener el déficit heredado de la fiesta presupuestaria que fue el último año del sexenio anterior y que en alguna medida permitió su triunfo electoral.
La agenda política sigue marcada por el enfrentamiento con una oposición más diluida e inexistente tras su derrota de junio y por el avasallador e inexorable proceso de reformas constitucionales abusivas instrumentadas desde la mayoría artificial que se apropiaron, y en el desarrollo incontenible del proceso electoral del Poder Judicial. Y con el mismo sello: sin respeto, sin diálogo y a capricho.
En materia de seguridad, la guerra civil del Cártel de Sinaloa ha abrumado a los cuerpos de seguridad que iniciaron con un tímido cambio de estrategia, con menor protagonismo de los militares y algunos golpes orientados a debilitar a los cárteles, pero manteniendo el discurso y la centralización de las políticas. Poco o nada han dicho sobre la amenaza de Trump de radicalizar su política antidrogas y de cómo impedir o afrontar un cambio de enormes consecuencias geopolíticas.
En cuanto al tema de infraestructura, y a pesar del anuncio del Plan México que se hizo al siguiente día, no hay claridad en el desarrollo de nuevos proyectos, más allá de los trenes, y aun cuando aparecen atisbos de una política diferente en materia de energía, el discurso nacionalista y centrado en el petróleo sigue dominando. El problema es que sin energía limpia suficiente no habrá nearshoring.
La vivienda se anota como un tema prioritario en su agenda después de un sexenio de total abandono; sin embargo, el arranque del tema deja más dudas que certezas, pues incluso podríamos estar ante una confiscación de los ahorros de los trabajadores y una reducción de la participación privada en el sector, lo que no anticipa buenas cosas.
En resumen, podemos apreciar matices y rasgos del estilo de gobernar de Claudia Sheinbaum, pero el núcleo duro de las políticas es el mismo que en el sexenio anterior, lo cual es lógico. Así que veremos dos niveles superpuestos de decisiones: las políticas propias de la visión de la actual mandataria y las ideológicas que constituyen la esencia del obradorismo y que no se moverán aunque sean inadecuadas a la coyuntura o contradictorias con las primeras. Por eso digo que no hay novedad.