Capula, con su nutrida población indígena y antecedentes electorales favorables a Morena parecía la cabeza de playa ideal para los autogobiernos en Morelia, sus habitantes pensaron diferente.
Desde hace tiempo Capula ha adquirido un importante protagonismo en el microcosmos de Morelia. Indígena y tradicional, con sus catrinas, mole, barro y variadas tradiciones ha captado la atención de la sociedad y el gobierno. Alfonso Martínez en su primera alcaldía (2015 – 2018) invirtió importantes recursos en ella, le dio un lugar destacado en el programa de gran visión Morelia NEXT y la promovió para que se le reconociera como Pueblo Mágico (nombramiento que sigue sin lograrse). A pesar de que los resultados electorales no se le han dado al edil, ni como independiente ni como panista y tampoco con la elección de jefes de tenencia, no ha quitado el dedo del renglón de promover Capula en su segunda y tercera administraciones.
Alfredo Ramírez, se ha distinguido en su gobierno, más por el conflicto que por la solución y decidió importar a Morelia una estratagema que le ha servido para para debilitar alcaldes en otras regiones del estado: los autogobiernos. Surgidos como respuesta a las voces de comunidades indígenas, que buscan reconocimiento a sus tradiciones y mejor atención de sus necesidades, el modelo se ha tergiversado para impulsar una agenda política, que no ha demostrado su utilidad para resolver sus problemas de pobreza y seguridad.
Los autogobiernos no sólo generan una división territorial, reducen los recursos y complican la operación de los gobiernos municipales, también exacerban los conflictos sociales, como ocurre en varias localidades de población indígena, también son un esquema paternalista, que les da a estas comunidades trato de menores de edad, puesto que si hay todas las condiciones para que esa población tenga su propio gobierno ¿por qué no impulsar que sea reconocido como un nuevo municipio, de usos y costumbres si se quiere?
El autogobierno trae todos los males de la fragmentación administrativa y la dispersión territorial, ninguno de los beneficios de un ayuntamiento de pequeña población y agrega los perjuicios de una mayor conflictividad entre los habitantes y con los vecinos. Por otra parte, no hay ninguna evidencia de que los pueblos con autogobierno sean menos pobres, estén más desarrollados o sean más seguros que los gobernados de forma corriente.
Pero en Capula no fueron estos razonamientos políticos los que se impusieron. Capula, mimada por el gobernador en la última Feria de la Catrina, con buenos resultados electorales para Morena y con historial de rebeldía ante el ayuntamiento en la elección de jefes de tenencia hizo pensar a los operadores de Alfredo Ramírez que podrían golpear a Alfonso Martínez en su propio municipio.
No calcularon que Capula es una población con fuertes vínculos sociales y económicos con la ciudad y que la gente, aunque se adscriba indígena, no tiene una inclinación al conflicto político, sino que valora la integración, especialmente, reconoce el valor de los servicios públicos municipales para la comunidad y entiende, que si bien el tema de la autonomía suena muy bonito, entraña complejidades y problemáticas que hoy la comunidad no tiene. Para la mayoría de las personas, la vida es más que grilla. También la tarea de gobernar, algo que le vendría muy bien entender al Gobierno del Estado.