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El voto lineal: un voto no razonado.

Alejandro Carrillo Lázaro.

Estamos entrando al último momento de las campañas a nivel federal y local que habrán de culminar  el próximo domingo 2 de junio. Las candidatas y candidatos a todos los puestos de elección que se definirán pasando la fecha del sufragio efectivo deben llegar a este último intervalo de tiempo con los números que en los cuartos de guerra (espacio físico de análisis y estrategia de los candidatos) deben establecer los distintos parámetros que se disputan en cualquier contienda electoral y que responden a las siguientes preguntas:

¿Cuántos electores saben mi nombre?

¿Cuántos electores vinculan ese nombre con un partido?

¿Cuántos de los que saben mi nombre votarían por mí?

¿Qué está más posicionado en el electorado, mi nombre o el partido?

Con la estrategia de campaña seguida en la elección hasta este momento, según nuestras encuestas, ¿en qué lugar estoy?

Son más preguntas las que definen un diagnóstico más veraz en una campaña electoral, pero sin duda, son las anteriores las que en gran medida nos otorgan la posibilidad de definir una estrategia que condicione los valores que se quedarán en el electorado faltando 10 días para que él y su conciencia tomen una decisión en la casilla, porcentaje del electorado que habitualmente ronda un 9%.

Cuando las respuestas a esas preguntas están por debajo de un porcentaje que nos permitiera definir que la campaña debe continuar bajo el rigor de la individualidad del candidato (60 %), se toma una decisión bastante difícil y que va directo al ego que se ha construido en quien ostenta la candidatura durante la campaña: proceder a despersonalizarse y ceder la campaña a la marca del partido o, en su defecto, a una candidatura más posicionada. No hablamos de una declinación, sino de entender que existen candidaturas del mismo partido que generan mayor interés que otras, por ejemplo, una candidatura presidencial.

En el momento en que surge esta estrategia, podemos observar dos propuestas electorales definidas, una de ellas es el llamado al “voto masivo” que se traduce en una numeralia: 5 de 5 (tacha todas las boletas igual) esta surge en una definición de la marca del partido; la otra es la adopción en la campaña de una sola identidad: todos somos la candidata. Al final de cuentas, esta estrategia demuestra los límites en los que se encuentran ciertas candidaturas, las más habituales son las de las cámaras y en muchas ocasiones gobiernos municipales y estatales.

Sin embargo, hay algo de maquiavelismo en ello, pues tenemos que acentuar que ésta es justamente una estrategia que invita a “no razonar el voto”. la definición de un candidato o candidata que invita a una campaña lineal a la ciudadanía despersonaliza los puestos de elección y, por ende, genera un asalto al valor de la “representación”, condicionando a una sola persona (elección de arrastre) o a un solo partido, resultados que, según la invitación, solo se pueden reproducir bajo una consigna totalitaria.

El voto lineal trata de eliminar los negativos que pueden darse en muchos de los perfiles que se proponen como candidatos, pretende borrar de tajo la ponderación entre opciones distintas y eso a una democracia termina por dañarla. Pues peor que la dictadura de un solo individuo es la dictadura de una mayoría sin valor representativo.

La estrategia electoral del tipo que tratamos en este texto, es una estrategia que desde lo local es ampliamente reconocida como una desesperación de los perfiles o como una muestra de la falta de aceptación ciudadana o el desinterés que se tiene por el electorado. Básicamente, este formato de campaña se puede traducir como un: “no votes por mí, vota por mi partido o vota por la o el candidato presidencial, pero tacha todas las boletas igual”

Por el bien de nuestro país, razona tu voto, reconoce las diferencias, y si eso te lleva a votar por los mismos colores en cada una de las boletas, entonces terminarás sabiendo quién te representa en cada una de esas posiciones y en esa medida la capacidad de tu exigencia.

Eppur si muove

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