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Morelia y la Senaduría

Elizabeth Juárez Cordero

En la elección del próximo 2 de junio, solo 9 de las 32 entidades federativas renovarán su ejecutivo estatal, en el resto además de la elección presidencial, se votarán diputaciones locales, ayuntamientos, así como diputados federales y senadores. Aun cuando en prácticamente todo el país la disputa discurre entre dos grupos antagónicos; la coalición gobernante y el conjunto de partidos opositores, el nivel de competitividad y por ende de posibilidades de triunfo no solo varían, sino que en esa disputa del poder están ocurriendo otras luchas internas no menos importantes, e incluso en algunos casos determinantes, pues en éstas se juega la reconfiguración del poder local y regional, tanto de los grupos de poder formal como de aquellos que se disputan el control delincuencial en el territorio del país.

Se trata entonces del cálculo y la mira puesta en el futuro, una vez que pase la jornada electoral, como en la segunda mitad del sexenio de los gobernadores, que tiende naturalmente a escenarios de desgaste y disminución de aprobación y confianza entre la ciudadanía, la propia composición del congreso local más o menos conveniente al poder en turno, sin duda clave para la aprobación presupuestal como para la distribución del poder en órganos autónomos y otras posiciones importantes, además de los perfiles que se encaminen a suceder al ejecutivo estatal, tanto desde el partido mayoritario como entre los partidos opositores.

Es por ello que, el conjunto de intereses diversos que cohabitan al interior de las coaliciones locales, por ejemplo, en Michoacán, permiten entrever no solo un frágil proceso de alineación sino muy probablemente un comportamiento que lleve a la fragmentación del voto, a un voto cruzado, que aunque pareciera de inicio no ser el mejor escenario para ninguna de las coaliciones en disputa, sí lo es para mantener vivo el pluralismo democrático y los equilibrios institucionales en lo federal, pero también el reequilibrio de las fuerzas políticas en lo local, que obligue a los actores a hacer política, ahí donde se mantienen las diferencias porque son necesarias, pero sin que se anule al otro, y en cuyos contextos locales, encuentra el ambiente favorable para que ocurra esa dispersión.

Por un lado, desde el partido en el gobierno, en el que si bien los distintos liderazgos se han pronunciado por respaldar el plan C del presidente, al llamar al voto 5 de 5 candidaturas, ha quedado evidenciado en numerosas ocasiones las tensiones no zanjadas, entre los agrupados en torno a la figura del candidato a Senador Raúl Morón, y con él, sus aspiraciones de ser el candidato a gobernador en 2027, que junto con otros del partido en el gobierno fueron segregados en la administración bedollista.

La elección del candidato a la presidencia municipal por Morelia, Carlos Torres Piña, ex secretario de gobierno del actual gobernador y quien había intentado ser el candidato de Morena al Senado, pareció haber intensificado esas tensiones, motivando en más de una ocasión expresiones de sus compañeros de partido, poco solidarias, por decir lo menos. Al inicio de semana, el propio Morón aducía que, de no ganar la elección en Morelia, ello no necesariamente se trasladaría al resto de las regiones de la entidad ni en las candidaturas federales. En ese sulfurante caldo de cultivo han deambulado el resto de candidatos y candidatas del partido guinda, a lo largo de la campaña.

Por lo que hace a la coalición de partidos opositores, ocurrió un proceso semejante con la designación de su primer formula al Senado, disputa que incluso alcanzó a la dirigencia nacional del Partido de la Revolución Democrática, numerosos intercambios tuvieron lugar entre el dirigente Jesús Zambrano y el ex gobernador del estado Silvano Aureoles; primero por la definición del género de la primera formula y finalmente por la designación de la ex presidenta municipal de Salvador Escalante, Araceli Saucedo Reyes.

La hoy candidata al Senado, pese a contar con las credenciales partidistas y experiencia en distintos cargos, federales y locales, resultado de su trayectoria en el partido de la Revolución Democrática, aunque con más sigilo que en el equipo contrario, ha generado reacciones de descredito por el grupo más cercano al exgobernador, quienes  hasta el último momento apostaron por mantener esa posición, aun cuando justo en esa cercanía y familiaridad se encuentran buena parte de los negativos para el partido, que en ésta elección, se está jugando más que el resto de los que integran la coalición nacional tripartita, y que, con el perfil de Araceli en la entidad logra sino contrarrestar, sí atemperar.

Prueba de estos recelos intestinos, se observa entre los liderazgos y seguidores de uno y otro grupo del perredismo, quienes apenas se juntan en los eventos del candidato a la capital moreliana Alfonso Martínez, tal como ocurrió el fin de semana pasado con la visita de la candidata presidencial de la coalición opositora, da la impresión que, aun con la distancia ideológica con el panista Martínez, lo hacen más propio, que a la propia candidata al Senado.

La cercanía que guarda la política local es siempre una ventana más diáfana para el observador de lo político, para el análisis de lo que discurre en la caja negra del sistema político, las tensiones y las apuestas que no son evidentes, ni llevan a lugares comunes ni afirmaciones de Perogrullo, son maliciosas como suele ser la actividad política, suspicaces y enredosas, y en sus dichos y actos llevan siempre algo de traición y jiribilla.

Ojo: Ojo ahí con las descalificaciones esencialistas que en el marco del proceso electoral en curso repiten actores políticos, que deslegitiman al oponente por su condición de origen, etnicidad o migratoria, como las que afirma el candidato a la reelección por Morelia Alfonso Martínez contra el morenista Carlos Torres Piña, por no ser nacido en Morelia, justo en ese tipo de expresiones xenófobas, han emanado las manifestaciones más atroces del poder contra de la humanidad, como los totalitarismos del siglo XX.

Porque se ignora, que desde los años ochenta en este país inició un proceso de urbanización, de flujos migratorios internos de pueblos y comunidades hacía las capitales; actualmente el 80% de la población se concentra en las grandes urbes, solo así, gracias a ese transito, millones pudimos acceder a estudios y mejores condiciones laborales, quien hace uso de un recurso como este, pasa por alto la condición migrante del país, ya no digamos de Michoacán.

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