Jaime Darío Oseguera Méndez
En 1986 cuando ingresé a primer año de bachillerato en la Preparatoria tres de la Universidad Michoacana, estalló una de las huelgas más prolongadas y peculiares a las que haya estado sometida nuestra máxima casa de estudios.
Los estudiantes fuimos obligados a dos meses sin clase, derivado de la disputa política en el Estado. El momento estaba enmarcado al cambio de gobierno estatal, por el final de la administración del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y la llegada al gobierno del también Ingeniero Don Luis Martínez Villicaña.
La Universidad Michoacana fue el escenario de varias disputas que se manifestaron en la supuesta coexistencia de dos rectores, con la huelga ya referida y en medio de otros asuntos del debate público como la Ley Inquilinaria, la Ley de Educación y la creación del Frente Democrático Nacional cuestionando el régimen hegemónico del PRI de cara a la selección del candidato priísta para sustituir a Miguel de la Madrid. Todo eso estaba pasando en 1986.
Ahí conocí a Gabriel García Márquez. Es más propio y correcto decir que ahí, en ese período de espera lo leí por primera vez. Fue mi encuentro más poderoso con la literatura, el realismo mágico.
Antes uno había leído en la secundaria otras cosas geniales de los clásicos de la literatura, pero nada tan impactante.
Recuerdo haberlo leído incesantemente en “Cien años de soledad”, de un sólo tiro hasta acabarlo en unos cuantos días. Su poder narrativo, la capacidad de su imaginación, crearon toda una escuela en América Latina.
Todo esto es relevante porque se acaba de salir a la luz la novela póstuma de García Márquez que denominó “En agosto nos vemos.” Su publicación ha sido un acontecimiento para el mundo de las letras iberoamericanas.
Sus hijos hacen ahí en la presentación una confesión. El Gabo dijo “este libro no sirve. Hay que destruirlo”. No lo hicieron para goce de sus lectores y como un acto de celebración de la inteligencia. Así lo dicen ellos mismos. El libro “tiene algunos baches y pequeñas contradicciones, pero nada que impida gozar de lo más sobresaliente de la obra de Gabo: su capacidad de invención, la poesía del lenguaje, la narrativa cautivadora, su entendimiento del ser humano y su cariño por sus vivencias y desventuras, sobre todo en el amor. El amor, posiblemente el tema principal de su obra.”
Los grandes escritores del boom latinoamericano mostraron una cara nuestra ante el mundo. Nos posicionaron ante los grandes monstruos y continentes de las letras europeas tanto los ingleses con Shakespeare por delante o los franceses al menos a través de Baudelaire, los españoles con Cervantes y los alemanes con los grandes encabezados por Goethe.
García Márquez enseñó a muchos jóvenes desde los setenta a leer a los grandes escritores Latinoamericanos de su época como Mutis, Vargas Llosa, Roa Bastos, Cortazar, Tomás Eloy, Carpentier o los nuestros Rulfo, Fuentes o Paz al menos.
A través de García Márquez, muchos latinoamericanos nos involucramos con la literatura y su naturaleza fantástica Faulkner, Elliot . Se lo agradecemos siempre y celebramos su obra.
El Otoño del patriarca es la gran ironización de los dictadores latinoamericanos, algunos de ellos sus fieles seguidores. El Cornoel no tiene quien le escriba, es el homenaje al amor, la memoria y el ovido. La hojarasca y los funerales de mama grande nos enseñan a reir.
El Gabo García Márquez parecía el dueño de todas las palabras; el mejor proveedor de adjetivos, colores y sabores; quien nos enseña que la realidad y la fantasía caben en la literatura sin que intervengan los poetas.
Gerardo Martín escribió una biografía monumental que en la solapa expresa su contenido “Un libro que recorre la vida y la obra del escritor más fascinante del Siglo. Desde los inicios en Aracataca y la fundamental relación con su abuelo, Nicolás Márquez, su infancia y juventud, los inicios como periodista en Cartagena y Barranquilla, el descubrimiento de Europa, el regreso a América y el impacto de la revolución cubana, su consagración como escritor tras la publicación en 1967 de Cien Años de Soledad y el Nobel de Literatura en 1982.”
Recuerdo haber ido a buscar con un poco de desesperación juvenil las primeras ediciones de “Los doce cuentos peregrinos” y aún más “El general en su laberinto” donde según su propio dicho, el Gabo “desnudó a Bolivar” en un impresionante recorrido por la vida del prócer y sus defectos que, en el fondo terminan siendo los de todos los caudillos de este continente fascinado por dictadores, libertadores y tiranos.
Gabo también nos enseñó a Kawabata. Recuerdo haber leído una entrevista que le hicieron con motivo de la publicación de uno de sus últimos textos “Memoria de mis putas tristes” donde le preguntaron el origen de la inspiración para el texto. Dijo algo que cambió mi percepción sobre la literatura: “la idea la copié de Yasunari Kawabata en La casa de las bellas durmientes”.
Muchos deberían leer la “Noticia de un secuestro” que exhibe, en un tema más periodístico que otra cosa, la cruda realidad de su querida Colombia violentada por el narcotráfico.
“Nos vemos en agosto” es una pieza sobre el amor, la libertad y la femineidad. Ciertamente no tiene el poder de sus novelas históricas aunque sí la misma pretensión de provocar que la literatura avasalle a la basura que consumimos por diferentes vías, la televisión, redes sociales o los escritos baratos en contenido e información.
Su vida es el reflejo de muchos momentos de América Latina. La fascinación y el desencanto con la revolución cubana, el interés por hacer de Iberoamérica una unidad de identidades comunes, distintos pero iguales. El amor por la idea, la palabra y el aprecio por la capacidad de imaginar.
Su contribución a la cultura de América Latina es inmensa y por eso lo recordamos hoy, a través de su publicación póstuma que parece ser una buena opción para leer en estos días de guardar.