Jaime Darío Oseguera Méndez
Se ha convertido en uno de los temas centrales del debate político la refinación de petróleo. Las refinerías son las industrias que transforman el petróleo crudo en gasolina, diesel, aceites y otros productos utilizados en la industria.
En medio de la discusión por el cierre o apertura de las refinerías (tenemos seis en México) se encuentra justamente el modelo económico que cada candidata quiere seguir y la ideología para conseguir el voto.
El petróleo ha sido el motor de la economía mundial. A través del mismo se realizan las principales tareas de la industria en el mundo.
No se puede entender la expansión del industria automotriz, autopartes, sin los derivados del petróleo. Lo mismo la aviación o la producción de maquinaria, electrodomésticos, la construcción, el transporte, que se han movido propulsados por los derivados del petróleo.
Es necesario obviamente para el transporte tanto público como de mercancías; para la producción de energía eléctrica, el funcionamiento de las presas y de manera importante para aumentar la producción agrícola.
Seguramente en el futuro, la discusión sobre la eliminación de fuentes fósiles, llevará a aceptar y promover otro tipo de energías, como la solar o eólica pero de momento, el mundo no podría entenderse sin el uso del petróleo y sus derivados.
La lógica del capitalismo moderno se centra en la producción de mercancías y la consecuente acumulación del capital producto de su venta. El desarrollo de la tecnología, las capacidades de producción y la competencia en los países más desarrollados, los llevó a apoderarse de las fuentes de petróleo a través de las grandes corporaciones trasnacionales, particularmente de Estados Unidos e Inglaterra.
La explotación de los yacimientos petroleros en los países menos desarrollados, las fastuosas ganancias acumuladas por las empresas y la independencia de muchos países en el tercer mundo, produjeron una ola nacionalista que trajo como una de sus consecuencias más señaladas la nacionalización de los recursos del subsuelo.
Había que dar un golpe de timón político y lograr que los gobiernos nacionales se hicieran del control de las fuentes de recursos energéticos para mostrar capacidad de gobernarse por sí mismos y garantizar un ejercicio pleno de soberanía. Esa ola de gobiernos y políticas nacionalistas tuvo en México su episodio con la expropiación petrolera del Presidente Lázaro Cárdenas que próximamente se conmemorará a 86 años de su realización.
La consecuencia inmediata de la nacionalización fue el cierre tecnológico de las empresas expropiadas, las cuales por supuesto no querían enseñar a los gobiernos nacionales a refinar el crudo.
La soberanía energética entonces no sólo se asumió al nacionalizar la propiedad de las fuentes de petróleo, surgió la obligación de aprender a refinarlo para obtener los productos necesarios en el desarrollo industrial de los países.
El péndulo de la ideología se mueve siempre entre los dos extremos de las decisiones políticas: más o menos participación del gobierno o del Estado en la economía.
El liberalismo económico apunta hacia una menor participación del Estado en las tareas económicas asumiendo que deberán ser los particulares, quienes con libertad busquen los incentivos para competir, producir y generar riqueza. En esta lógica el Estado sólo debe crear las condiciones de libertad y seguridad para que los individuos actúen en un mercado que teóricamente se regula de manera automática.
La mano invisible del mercado que nos enseñó Adam Smith, actúa para generar la riqueza de las naciones equilibrando los mercados: el de mercancías, de dinero o trabajo. Toda oferta crea su propia demanda, fue el argumento del liberalismo económico en la voz del gran Jean Baptiste Say.
Por esa razón, los países que tienen hidrocarburos, se tendrán que dedicar a explotarlos. Quienes tienen la industria para refinarlos, venderán a quienes no lo tienen. Es una distribución de las ventajas competitivas de las naciones.
Bajo la idea del liberalismo económico, un país como México no se deberá dedicar a producir gasolinas y menos a través del gobierno, sino a explotar el petróleo, dejando en manos de los particulares estas formas de producción.
En el ámbito opuesto del péndulo está la economía social, la socialdemocracia, que de manera manifiesta busca que el estado participe en tareas productivas, particularmente en sectores estratégicos que no deben quedar en manos privadas porque se pone en riesgo la seguridad y soberanía nacional. No deberán ser privatizados los beneficios de los recursos naturales propiedad de la nación.
Bajo esta ideología, los países no sólo deben producir las cosas que necesitan, lo deberán hacer a través del sector público.
Con la globalización y el aumento superlativo del intercambio mundial, resurgió la idea de que todas las mercancías se encuentran a la venta en el mercado, de manera que un gobierno no necesariamente deberá producir gasolina si tiene muchas otras tareas importantes que realizar. La puede comprar en el mercado internacional.
La construcción de la nueva refinería y la compra de otra en Estados Unidos por parte de PEMEX, tienen este sentido: el actual gobierno apuesta a que seamos nosotros mismos quienes produzcamos nuestras propias gasolinas, para no depender de terceros.
Los críticos más o menos dicen que es innecesario gastar en este tipo de industrias si la gasolina está disponible en el mercado mundial y se trata de un gasto excesivamente alto, construir refinerías, siendo un país que necesita ese dinero para prioridades sociales.
Esa si es una discusión ideológica de fondo. No parece fuera de lugar la idea que, teniendo petróleo elaboremos nuestras gasolinas. El asunto es saber si lo podemos hacer eficientemente. Lo cierto es que las empresas públicas han sido históricamente mal manejadas en este país. Veremos hacia donde nos lleva el péndulo.
Ojalá que empecemos a discutir ideas en lugar de chismes o personalidades.