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Promesas

Jaime Darío Oseguera Méndez

Como dijo sabiamente mi amigo Santiago Blanco Nateras “los dichos no están nada más por decirse”, siempre contienen un gran trozo de sabiduría popular.

Algo expresan los refranes que pronunciamos cotidiana y a veces hasta irreflexivamente; son la esencia de la tradición oral, a través de la cual se transfieren experiencias, conocimientos, cultura. El propio sentido común es una forma de conocimiento, aunque no tan científico y cada vez menos común de lo que uno pudiera pensar pero transmite hábitos y costumbres que sirven colectivamente.

Estamos en época de campaña electoral y resurgen las promesas al por mayor. Como dice el dicho “prometer no empobrece, cumplir es lo que arruina”.

Gran parte del desprestigio de la política tiene que ver con esta percepción bastante bien lograda de que los políticos no cumplen lo que prometen en campaña. De todos tipos y partidos; de todos colores y sabores; en los diferentes cargos de elección popular, hay una propensión casi inevitable a mentir para conseguir el voto del electorado.

En términos generales y con sus contadas exepciones, se les acusa de que no hacen lo que dicen ni dicen lo que hacen. No dicen lo que piensan y a menudo tampoco piensan lo que dicen.

Algo que nos ha traido la alternancia junto con el aumento de la competencia electoral es el incremento de las promesas y las mentiras para emocionar al votante. En contextos donde la diferencia en una elección puede reducirse a un puñado de votos, la pomesa impracticable se hace obligada: “tu promete, ya ganando vemos”.

No es un asaunto de este país; es casi consustencial a la política, sólo que en la actualidad toma matices dramáticos. Históricamengte se ha dado pero hoy la dimensión del escándalo y hasta el cinismo es superlativa.

Hay de todo tipo de promesas. Las que comprometen los hábitos de comportamiento personal o las que ofertan conducta institucional proba como la expectativa de no robar, impedir abusos, corrupción y otros fenómenos que terminan siendo un cáncer institucional.

Promesas de obra, reparto de recursos económicos, programas sociales, que generan expectativas de empleo y beneficios personalísimos.

Las más seductoras son las que ofrecen empleos para miles de militantes, votantes y activistas, sabiendo claramente que serán imposibles de cumplir.

A nivel nacional debería hacerse una reflexión muy centrada sobre lo que ofrecen las dos candidatas con posibilidades de ganar. Tendrían que explicarlas con una base presupuestal. Claro que seduce escuchar que vamos a tener desarrollo económico, bienestar a través de mejor sistema de salud, más escuelas de calidad. Nadie va a decir lo contrario. Nada más hay que saber ¿Cuánto dinero necesitan para hacer lo que dicen que van a hacer si ganan? ¿De dónde lo van a sacar?

En muchos temas todos los candidatos dicen lo  mismo. A veces es difícil distinguir la diferencia entre uno y otro. Por eso no solamente tienen que decir lo que quieren hacer sino cómo van a hacerlo.

En materia de seguridad, deberán decir si tienen el diagnóstico de cuántos policías necesitamos, dónde, cuánto cuestan, de dónde van a salir. ¿Va a seguir el ejército en las calles? ¿Se militariza la Guardia Nacional? ¿Se transfieren fcultades a los estados o a los municipios?

Claro que todos quieren mejor seguridad pública y disminuir la violencia pero tienen que decir cómo.

El observatorio electoral de los ciudadanos, a través de organizaciones que se dedican a analizar las elecciones y sus consecuencias, se debería encargar de relacionar y desmenuzar las propuestas de quienes son candidatos para saber las posibiliades reales que tienen los gobernantes de cumplir con lo que ofrecen.

Los candidatos a puestos de elección popular, particularmente a la Presidencia, Gubernaturas y Ayuntamientos, deberían registrar sus principales propuestas ante la autoridad electoral y que se hagan públicas en la página del INE. Sólo dos o tres, sin tanta verborrea, de manera que el que gane se obligue, al menos con su electorado, a cumplir con lo que prometió. Y si no lo hace, quede exhibido.

La imagen se ha vuelto fuente de esperanza. Una especie de promesa visual.

Prevalece la imagen por encima del contenido. El tik tok y las redes sociales son formas diferentes pero poderosas de prometer. La diferencia es que ahora en redes sociales lo que se ofrece es la imagen. No importa el programa político o la capacidad de llevarlo a cabo. No valen las propuestas ni siquierea si son viables o son francamente absurdas. Hoy una parte importante del electorado busca la imagen y el video para decidir sus preferencias.

Por eso es que algunos candidatos se desnudan y otros se cubren para que no los vean. Estamos en la época de la política foto shop, donde los bailes y las ocurrencias sustituyen dramáticamente a las ideas.

La ilusión democrática consiste precisamente en pensar que la democracia electoral va a poder resolver problemas de otros ámbitos como el económico o de seguridad. No. Así no. Las elecciones sólo son un mecanismo para repartir el poder, distribuir el conflicto, pero cada vez menos tienen un contenido manifiesto. No es un argumento intelectual, es una necesidad moral de la política. Es un tema de principios.

Lo malo en nuestros días, no son siquiera las promesas que se hacen en el mitin o la plaza pública. Lo que deberán tener en mente los aspirantes a un cargo de elección popular son los acuerdos que se hacen con otro tipo de grupos de presión, que van desde colonos en búsqueda de mejorar sus condiciones de vida, estudiantes que intentan conseguir empleo o los grupos organizados como sindicatos que plantean su participación en la escena política a partir de un intercambio. Cuidado con las promesas que se hacen a la delincuencia organizada.

No es una desgracia para nuestra democracia que los candidatos se muevan en el lugar común y prometan casí lo mismo.

Prometer no empobrece.

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