Por: Alejandro Carrillo Lázaro
En política las realidades, las condiciones, las verdaderas valoraciones se manifiestan en lo superficial. A los reyes se les educaba en la templanza, en la nula manifestación de emociones, ¿por qué? Porque una sonrisa decreta aceptación, fruncir el seno decreta desaprobación: en pocas palabras un gesto puede avalar o anular un contexto. Todo esto se resume en aquella frase que dice: en política la forma es fondo.
El presidente, nos queda claro sobre todo en sus intervenciones electorales, que tiene el propósito de darle continuidad a las siglas partidistas que él instauró en el ecosistema de partidos de México, continuidad que solo puede ser entendida en el puesto político más importante y con más significado social en nuestro país: la presidencia de la república. En este sentido, el presidente ha sido, durante su gestión, un jefe de partido más que el encargado de la administración pública federal, tal intención es evidente desde el momento en que constituyó un ejército electoral de territorio bajo el nombre de «servidores de la nación», que no son otra cosa más que los encargados de buscar las necesidades que puedan ser impactadas por los programas sociales en los domicilios de nuestro país.
Andrés Manuel ha sido muy atinado en entender la fórmula política de la continuidad; basta con estudiar muy bien los más de 70 años del PRI en la presidencia, donde el presidente era un jefe de partido por encima de sus atribuciones constitucionales como Jefe de Estado. Hoy Andrés, es jefe de partido, pero también se ha consagrado como una oposición de la oposición, él ha encontrado la manera de hacer ver que a pesar de ser él el portador del poder político, no se avanza en la medida de sus inquietudes por culpa del pasado y en el presente, por culpa de una corte conservadora, unos órganos descentralizados costosos, un Carlos Loret de Mola y un Lorenzo Cordova. El presidente es presidente, pero también opositor de sus opositores.
Si el presidente se ha condicionado a sí mismo como un jefe de partido y por lo tanto como un gestor electoral, debe ser muy claro que sus visitas al interior de la república no son un gesto en favor del desarrollo de la entidad en torno al apoyo federal, simplemente en Michoacán no se han cumplido, ni se cumplirán las promesas federales de enviar las oficinas centrales del Seguro Social a la ciudad de Morelia, así como la federalización de la nómina educativa. Entonces ¿qué vino a hacer el fin de semana pasado? Está claro que su visita tiene de fondo el observar el poder de convocatoria que tiene su gerente del partido local: el gobernador del Estado, además de observar las fracturas internas y por tanto calificar la gestión de quien ostenta el poder político en la entidad.
El presidente ha dado catedra de cómo entender el sistema electoral, siempre dijo que no iba a desatender al país por temas internacionales, pero jamás dijo en qué sentido y sus visitas al interior no son de carácter social; hoy los gobernadores emanados de MORENA tienen encomiendas muy claras, dar resultados electorales y no de gestión gubernamental que pueda distraerles…
En Michoacán el gobierno del Estado no logra entenderse, y las fracturas del partido no le permiten al gobernador afianzarse con sus perfiles y negociar sus inquietudes, menos ahora que tuvo la visita del presidente.
Eppur si muove