Elizabeth Juárez Cordero
Tal como lo previsto, el pasado domingo tuvo lugar en el corazón del país, en la plancha del Zócalo de la Ciudad de México, como en otra centena de ciudades, el encuentro denominado “Marcha por nuestra democracia”.
En la pasada entrega, si bien afirmé que la convocatoria de la manifestación rosa no podía leerse fuera de la disputa electoral, pese a su cuidadoso llamado apartidista y ciudadano, así como la reiterada expresión de no estar en favor o en contra de alguna candidatura, hoy ya no ha lugar a dudas, ni disimulos. El rechazo a las propuestas presidenciales, por acotar la pluralidad como a los controles constitucionales al poder público, secundadas por la candidata Claudia Sheinbaum, es la manifestación implícita de un voto en contra de la continuidad de la Cuarta Transformación.
Sin embargo, ha sido el propio presidente, quien confiado desde las alturas con la que se mira desde la cúpula del poder, tiró de la veintena de iniciativas para hacer una última jugada antes de arrancar formalmente con las campañas electorales, al reforzar su consecuente recurso polarizador, y consciente o no y por lógica mecánica terminó aglutinando y vistiendo de rosa ciudadano, a las voces críticas de su sexenio.
Entre las que se encuentran, desde luego sus obvios y antiguos retractores, identificados con los partidos de oposición y grupos económicos, pero también los dudosos y desencantados; incluidas las voces de las minorías, esas mismas que por su defensa en favor de los derechos políticos y libertades, como por sus demandas de justicia y reivindicación social, se identifican más cercanas a la izquierda que a las visiones reaccionarias y conservadoras, pero que, a lo largo de su sexenio fueron objeto directo o indirecto de su política anti minoritaria.
¡Menudo favor, les hizo el presidente! A la oposición y a su candidata presidencial, a quienes sin tener que estar o protagonizar, con sus impresentables figuras, perdidos entre la amorfa masa rosa, tuvieron a lo largo y ancho del país lo que por sí solos, difícilmente hubieran logrado. La oportunidad y la razón, les vino esa sí, como concesión graciosa del poder, una bocanada de aire fresco antes de empezar la confronta, como prolegómeno de una elección que no será un mero pase de estafeta.
Mientras de un lado del espectro político unos se niegan en aceptar el vínculo electoral o partidario que subyace a la movilización del domingo, y del otro se empeñan en desacreditarla, justo por esas pretensiones; no puede ignorarse, que quien hace política, sin importar el color que les vista, las motivaciones individuales o colectivas que les movilicen, por más loables o benéficas en favor de la sociedad o la salud democrática, reflejan el deseo manifiesto de participar o incidir en la lucha y permanencia del poder público. Disputa que, bajo la definición de régimen democrático se dirime a través de elecciones.
Por lo tanto, la defensa o rechazo sobre el móvil o interés electoral, en esta etapa del proceso resulta intrascendente, lo importante estará puesto en sus efectos, en que el rechazo expresado el domingo se traduzca en preferencia electoral y luego en votos, que las fibras que ya tocó la marcha en una parte de la sociedad no cubierta por el manto de la Cuarta Transformación, sea pretexto que sume en un objetivo que para la oposición aún se advierte complejo; pero que ya encontró su elemento aglutinador, la defensa de la democracia más allá de los partidos, puesto en el derecho de votar libremente y en el mantenimiento de los equilibrios constitucionales, en esos motivos que el grupo gobernante les ha colocado en bandeja de plata, en las iniciativas.
Cierto es que las movilizaciones no ganan elecciones, pero son ingredientes condicionantes del proceso electoral, bien valdría recordarles a quienes también llenaron en repetidas ocasiones avenida Reforma y la plancha del Zócalo, como a quienes no estuvieron, pero que ahora se han convertido al guinda; las elecciones de 2006 y sus manifestaciones en contra del desafuero, como las derivadas del conflicto poselectoral, o el 2012 y el movimiento de jóvenes #YoSoy132. Desestimar la manifestación social desde el poder, tiende a poner el reflector nacional e internacional en la calle, por ello la memoria, la buena memoria siempre da lecciones y ésta no es la excepción; por lo pronto ya amenazaron con salir a las calles cuantas veces sea necesario.
Dos apuntes adicionales:
- Tremendo error haber subido al templete a María del Carmen Alanís, la otrora expresidenta del Tribunal Electoral, acusada de reunirse y tener vínculos con la élite priista, cuando fungía como autoridad electoral. Seguro hay otras mujeres de destacadas trayectorias en favor de la vida democrática, como Jaqueline Peschard o María Marván.
- El discurso de Lorenzo Córdova, hizo gala de su pedagogía como profesor de Derecho, enérgico, claro y bien articulado, hiló la teoría y un lenguaje común, entendible, emocionó, ojalá esas mismas lecciones hubieran acompañado el quehacer institucional de los años de la postransición, que apostados en una corte ilustrada, acotaron la democracia a los votos, sus reglas y procedimientos; porque nos dijeron que lo importante era participar de la construcción de esa escalera, sin advertirnos a tiempo sobre sus riesgos, y eso también era parte de democratizar y socializar la función, vamos de hacer pedagogía democrática.
Como profesor le debemos todo lo que sabemos sobre democracia, como funcionario nos quedó a deber, el riesgo inminente al que se aludió el domingo es una característica casi congénita al poder, que es natural e instintivamente expansivo, pero en esa amenaza, que no surgió por generación espontanea uno o varios dejaron de hacer algo para que esto ocurriera.
Una flor:
México es el único país de América Latina sin ningún funcionario sentenciado por los sobornos de Oderbrecht, hoy Emilio Lozoya continuará su proceso en casa.