Jaime Darío Oseguera Méndez
Lo que le hicieron al país con el asesinato de Colosio fue una brutalidad. El exceso de la crueldad antidemocrática. La negación de la vida institucional. El estado fallido.
Es difuso lo que se sabe del hecho, más allá de que el autor intelectual fue Mario Aburto. El homicidio del principal contendiente a la Presidencia de la República, puso en juego el avance de la transformación del país; cuestionó nuestros cimientos como democracia y nos recordó que es más fácil caer en la barbarie que construir instituciones modernas.
Sólo los tiranos y los dictadores matan o desaparecen a sus competidores. Es una vocación de los déspotas. La muerte de Colosio significó para quienes hemos sido priístas desde entonces y seguimos siendo, el más alto agravio a la vida política del país.
Luis Donaldo Colosio Murrieta, Sonorense nacido en Magdalena de Kino fue asesinado el 23 de marzo de 1994. Se van a cumplir treinta años. Desde entonces mucha gente ha lucrado con su vida y su muerte. Nunca hubo una versión verdaderamente creíble de lo que sucedió aquella tarde terrible en la Colonia Lomas Taurinas de Tijuana donde se desarrollaba un mitin de su campaña presidencial.
Se había encaramando a la candidatura presidencial a lo largo de un sexenio donde fue el Presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI. En 1988 fue el coordinador de la campaña de Carlos Salinas quien lo designa para que enfrente las consecuencias de haber llegado a la Presidencia con el cuestionamiento de fraude electoral señalado por la oposición, particularmente la izquierda encabezada por Cuauhtémoc Cárdenas.
Así lanzó su consigna de reformar el poder desde el partido en el gobierno, convirtiéndose en el ícono de la democratización interna del PRI. En muchos sentidos fue el artífice de la transición de régimen al promover la apertura del partido hegemónico.
Fue atacado por reconocer las derrotas del PRI ante la oposición, particularmente la primera en Baja California. Tuvo la sensibilidad para identificarse con causas que tradicionalmente no se enarbolaban desde el partido o en contra de la Presidencia Imperial.
También fue Secretario de Desarrollo Social, a donde lo llevó el Presidente Salinas para mostrarlo en la primer línea del gabinete. No le encargó cualquier tarea, sino a la más sensible, encabezó la política social de un gobierno al que se le exigían resultados en el combate a la pobreza.
El magnicidio es el asesinato, la muerte violenta de una figura púbica del ámbito político. Regularmente se trata de líderes en funciones de gobierno o en campaña para alcanzar el poder, quienes representan un partido, una posición política, una etnia, religión o bandera ideológica.
La muerte del líder es un ataque a lo que representa.
Nunca hubo una respuesta satisfactoria, ni en la indagación por parte de los gobiernos, ni en la integración de las investigaciones o en las respuestas de los encargados de resolver el atentado.
Antes bien, desde el principio se presentaron todo tipo de sospechas, intervenciones indebidas, medias verdades, simulaciones respecto de su homicidio. Fue un asesinato de estado del que tal vez nunca sabremos la verdad.
Cada que un gobierno lo necesita, recurren al expediente de Luis Donaldo, por la empatía que ha representado, por el liderazgo que tuvo durante tanto tiempo, para sacar raja política del asunto.
Hoy la Fiscalía General de la República revive el caso, coincidentemente en año electoral. Dicen que ahora sí tienen detectado un segundo tirador, que fue la causa de la muerte de Luis Donaldo y que siempre estuvo acreditado que se entrevistaba con Mario Aburto quien es el asesino confeso y lleva desde entonces en la cárcel.
Treinta años después no lo dejan descansar. ¿Qué significa revivir el caso?
Para cualquier gobierno en turno representa la búsqueda de una medalla que nadie se puso. La eventual elaboración o invención de una versión más creíble puede ser una forma de mejorar la imagen tan deteriorada que tenemos de la justicia en el país. Tanto de las fiscalías como de los jueces.
En criminalística se dice que para encontrar al responsable de lo causado, casi siempre hay que voltear a ver al beneficiado. El Presidente Salinas que ha sido señalado por ese homicidio, fue tal vez quien más perdió con el asesinato de Colosio. Le mataron a su candidato. El personaje a quien el personalmente había moldeado para sucederlo y que no sólo apuntaló sino que designó haciendo gala evidente del dedazo presidencial.
Revivir el asunto es acaso una forma de involucrar al aparato político y personales que representan lo más obscuro del viejo sistema.
¿Cuál será la postura del PRI? Revivir el caso significa un nuevo desafío para tricolor que actualmente se encuentra en la lona electoralmente gracias a su dirigencia. Por cierto, desde que creció el hijo de Colosio, dejó de pedir que le impusieran a parques, calles y banquetas el nombre de su candidato presidencial.
Paradójicamente a quien más le duele el asunto, su hijo, es el mayor beneficiario de esta posible reapertura inverosímil del caso. Más allá de las dotes que seguramente pueda tener el joven Colosio, su estatura actual tiene que ver simplemente con la glorificación que durante años se hizo de su padre en este país necesitado de héroes y villanos. De otra manera no sería lo que es, le guste a quien le guste.
Ya va a salir de la cárcel el asesino confeso y las autoridades dicen que no hay nada claro.
El gran sociólogo de la cultura Georg Simmel, afirmaba que la gran tragedia de la cultura moderna en occidente, era la transformación de los medios en fines. Cuando la política o el dinero se vuelven un fin en sí mismos y no un medio para el bienestar, hay un riesgo para el futuro de cualquier país.
Es momento del epitafio a Colosio. RIP: “Requiescat in peace”. Ya déjenlo descansar, y a nosotros también.