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Tres años en gris.

El pasado domingo, en un acto multitudinario, Alfredo Ramírez Bedolla presentó su tercer informe de gobierno, llegando literalmente a la mitad del camino. Propaganda aparte, no hay evidencia de un progreso real para el estado de Michoacán derivado de su administración, que se ha caracterizado más por la ocurrencia y la emergencia, que por la ejecución efectiva de un plan de gobierno bien estructurado.

Al iniciar su mandato, yo dije en varios foros, que debería empezar por tres puntos muy concretos: una reducción del gasto corriente como objetivo primordial de una reorganización administrativa, la construcción de una policía estatal y el diseño de un plan de gran visión para Michoacán que orientara el desarrollo económico y la inversión pública. A la fecha nada de eso ha ocurrido.

La Secretaría de Finanzas, ha presumido mucho sus logros, pero durante estos primeros años de gobierno, lo que ha hecho es una estrategia para tener liquidez, difiriendo pagos y reestructurando deuda. Las obras multianuales no son más que un ejercicio anticipado del gasto de los años futuros. Así que la debilidad de las finanzas públicas de Michoacán sigue siendo el problema estructural de siempre, cuando se acerque el término del sexenio y se agote el margen de maniobra lo volveremos a padecer.

El mayor fracaso de Alfredo Ramírez es la seguridad. Fiel seguidor, eco del discurso presidencial, ha renunciado – igual que los anteriores gobiernos – a emprender la compleja tarea de construir una corporación policiaca de excelencia, su Guardia Civil ha avanzado dando tumbos de un escándalo impune a otro, mientras los abusos de los mandos al personal de la secretaria han sido la norma y la insuficiencia de la corporación para atender las crisis lo cotidiano. El apoyo de las fuerzas federales ha sido magro, pero del gobernador, la Federación solo recibe elogios, mientras los cárteles controlan cada vez más territorio y bañan de sangre el estado cuando lo disputan entre ellos.

La actividad económica ha sufrido. Fuera de despropósitos como “postularse” para la gigafactory de Tesla o el nearshoring, no hay plan para Michoacán, y los motores tradicionales pierden fuerza: el turismo ha tenido malos años tras la recuperación postpandemia, el aguacate, el limón y en general el sector agropecuario se desaceleran entre el acoso de la delincuencia, la falta de apoyo gubernamental y el cambio climático. De nuevas actividades económicas ni hablar, de inversión privada ni un centavo, anuncios que no se concretan y cuando mucho, continuidad de lo ya existente, como con Arcelor Mittal.

La infraestructura es guiada por la ocurrencia y el interés privado. La moda de los teleféricos se explica más porque la empresa constructora es consentida de Claudia Sheinbaum y una de sus principales financiadoras, que por ser soluciones reales a las problemáticas urbanas de Morelia y Uruapan. El mantenimiento carretero se está quedando muy corto y de toda la obra nueva que se anuncia, no se presenta un solo estudio que la justifique. Teleféricos, metrobuses, libramientos y distribuidores viales decididos a ojo de buen cubero, sin una planificación integral, invadiendo competencias municipales y sin visión de largo plazo. En esto se parece bastante a todos nuestros anteriores gobiernos estatales, también.

El gobierno estatal, es un costoso aparato burocrático que brinda pocos y malos servicios a los michoacanos, que avanza a la deriva porque no tiene planes ni metas y en que el gobernador y su círculo cercano se entregan con frivolidad al disfrute de los privilegios que les brindan sus cargos y a la grilla partidista, que es lo que más les gusta. Esa es la triste realidad, aunque la propaganda nos quiera contar una historia color de rosa con los otros datos ya clásicos en la 4T.

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